martes, 24 de abril de 2007

El encuentro con Mikhail Simonyan

Anoche, lunes 23 de abril decidí darme un pequeño regalo. Después de casi cinco años asisto nuevamente a un concierto de música. Lo decidí el domingo cuando compramos el diario y salía allí el debut de Simonyan. En realidad me interesé más por escuchar el Concierto para violín Nº 1 en Sol menor, de Max Bruch. Faltaban 10 minutos para las 7, llegué a tiempo. No tenía tanta plata como para darme el gusto de estar más cerca de los músicos. Tuve que irme a Galería…pero no importa, como le dije después a Lorena, la chica que conocí también allí, “de aquí podemos aún así disfrutar la música”.
¿De la música? ¿Cómo estuvo? Sin palabras…. Nada de críticas negativas. En sí el concierto es 100% maravilloso, vibrante, misterioso, como una corriente que te envuelve desde el inicio y no te suelta aún después que termina… tu sigues vibrando con su música. Mikhail Simonyan es un genio. Bueno, ya me lo figuraba cuando el diario decía que es “alumno del afamado maestro Pinchas Zucherman”. Y la verdad que el chico de solo 20 años las tiene todas por llevar. Su estilo y tranquilidad para tocar, como si estuviera solo en su cuarto, sus movimientos que no indican nerviosismo sino la vivencia de la propia música. No suelo aplaudir. Pero esta vez me gano su actuación. Si las manos me quedaron rojas, es que esa fue la única forma de agradecerle a este chico por ese regalo que nos entregó esa noche. Y también a todos los músicos de la Orquesta Filarmónica de Santiago, que fueron parte primordial para que el concierto de Max Bruch estuviera brillante. Si Max Bruch hubiera estado allí, creo que también habría quedado con las manos adoloridas pero lleno de felicidad y orgullo por ver a un joven tocando su obra. El público pedía más… ¿Más? ¡Claro! Mikhail nos regaló otro pequeño solo en violín. Eso no estaba en el programa. Pero él lo hizo. Esta vez la melodía era melancólica, suave, como si estuviera en un atardecer, el viento corre y de vez en cuando levanta una hoja… esa hoja vuela, pasa por entremedio de árboles, por encima de la hierba, besa a las flores, salta algún arroyo y finalmente, cae lentamente.

Después del intermedio, disfrutamos de las Sinfonía Nº 1 en Do menor, Op. 68, ejecutada por la orquesta. Los timbales fueron para mí el centro de atención. Esto sirvió para renovar el espíritu. Sin ellos creo que la Sinfonía habría carecido de vida.

Y al salir después al frío otoñal, sólo la música de aquel violín ejecutando a Bruch me siguió, aún hasta ahora… Quizás nunca conozca en persona a este joven violinista, pero para mí fue un encuentro con un ya genio y futuro maestro del violín.

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