No hay límites para vivir a pleno!

La vejez no es una maldición de la vida como muchos creen. Llegar a una edad madura con muchos recuerdos de toda una vida, es la mejor bendición que uno puede obtener. Dicen que cada cana y arruga cuenta el dolor, la lucha y todas las duras pruebas que uno enfrenta. Más, cada cana y arruga cuenta también las alegrías vividas y victorias logradas.
Cuando somos jóvenes soñamos con vivir la vida plenamente, soñamos con realizar muchos proyectos y que al momento de llegar a la edad ya bien adulta podamos ver el fruto de nuestras manos. Somos jóvenes y tenemos derecho a soñar. Tenemos totalmente el derecho de tomar esta máquina gigante y llevarla por el camino correcto. Los años pasan silenciosamente, después de tener 25 arribamos muy pronto a los 30, y de en cinco en cinco nos damos cuenta que estamos ya cerca de la mitad del siglo de nuestra existencia.
Hay motivos enormes para disfrutar la vida no solo de joven, sino que también arribar a viejos, totalmente viejos y seguirla disfrutando. He visto cuántos de los jóvenes están con sus rostros apesadumbrados, con esa frente ceñuda y la mirada patética. Aun cuando traten de sonreír, esa alegría no es permanente, es como la luz de la vela que se consume lentamente y cuando todo desaparece, queda solo la cera oscura. Pensamos que buscar el placer de la vida radica en cosas momentáneas, en encuentros fugaces, en juegos personales que solo divierten al ego. ¿Y qué pasa cuando estamos en los atardeceres de la vida? Quizás tenemos terror a figurarnos esto. Por eso es que existe tanta publicidad que solo alimenta la vanidad física y caemos como peces en el mercado, listos para ser títeres de experimentos que solo la moda puede ofrecer. Nadie quiere envejecer con arrugas, mucho menos con canas. Es irónico ver cabellos y rostros pintados, los rostros arreglados por una cirugía mientras que el ojo del alma ve como ese espíritu, una vez vivaz, se va consumiendo por el peso de la tristeza. ¿Es justo envejecer lleno de angustia?

Todo puede ser distinto si ahora cuando estamos con el vigor de la vida, nos introducimos en un mundo de realidades profundas, disfrutando noches que no duraran hasta el siguiente día, sino que serán recordadas hasta el último suspiro. Es lindo ver a una persona adulta con una sonrisa eterna. Pese a que esté cargando dolores físicos o aún le toque enfrentar situaciones adversas, siempre irradiará esos deseos de seguir viviendo, riendo, no perdiendo el sentido del humor, ni mucho menos comportarse como un joven soñador. Cierto que la filosofía de la vida nos dice que nacemos para morir, pero más allá de todo pensamiento humano siento que nunca morimos si tratamos de vivir a pleno hoy. Porque en nuestros últimos años de vida podremos compartir con las generaciones nacientes los sabores, olores y sonidos que una vez sentimos con tanta pasión y que se quedaron impregnados en nuestro ser. Eso es transmitir algo más valioso que las riquezas monetarias o el orgullo de tener un cuerpo bonito pero con el alma vacía. Hoy se necesita transmitir la corriente de la verdadera vida, aquella que con solo ver en la mirada de un viejo se sepa que ha vivido mucho y está satisfecho con todo, listo para emprender el vuelo.
La felicidad no tiene límite, por eso nunca deja de ser. Nuestra búsqueda no quedará sin resultado si comenzamos desde jóvenes, así podremos encontrarla tarde o temprano y al momento de decir adiós al mundo, quedarnos con esa sonrisa gloriosa de plena satisfacción y gratitud a la vida y a quien nos la dio.

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No estaría escribiendo todo esto sino fuera por una persona que ya esta en sus ochenta pero sonrie como una joven de 15. Me refiero a que ni la prótesis que lleva en su cadera le impiden sonreír a quien sea y cuando sea. Siempre la he visto con un sentido bien práctico del humor, llena de recuerdos gratos. Gracias a su compañia y a las conversaciones que tuvimos cada vez que podíamos, pude ver el otro ángulo de una vida plena. Gracias amiguita, María Baeza.