Dos corazones, un destino
Ella corre por las veredas, entre piedras y vertientes, el agua besa sus pies.
Él salta como ciervo y no teme a nada, es feliz con el cielo y la tierra, las montañas en su verdor.
Ella juega inocente con la aguja y teje, sonríe ante algún recuerdo juguetón.
Él sueña que algún día será grande y conocerá simplemente el amor.
Ella ya no juega, sino que va en busca del amor, su vida es un viaje.
Él solo dijo “volveré”, y su madre besó su rostro. Fue el último adiós.
Ella no dice nada a nadie, como el águila libre emprende su vuelo hacía un mundo nuevo.
Él ya no es un niño, es un hombre desde que tuvo cinco años.
Ella ya no es una niña, fue madre para sus hermanos desde que la suya murió.
Ambos, la misma vida, la misma cuna, el mismo sueño. Ella muy lejos de él.
Él es como el cóndor, dejó la tierra que le vio nacer. Sencillamente voló.
Ella fue sabia, supo elegir el trabajo, la sencillez, la devoción.
Él también escogió la devoción, Dios ha llenado su meta, su espíritu y ser.
Ella abnegada, pero valiente, siempre luchó hasta lograrlo.
Él, también abnegado, no olvidó sus orígenes, la humildad fue su hermana, y el ejemplo su testimonio.
Ella esperó en Alguien, supo confiar, porque aprendió a esperar.
Él soñaba y eso se hizo realidad. Le escribió.
Para ella una carta, fue todo. Recurrió a su Amigo, y obtuvo respuesta.
Ambos, la misma vida, la misma devoción, la misma meta. Ella en sus pensamientos, y él en su corazón.
El destino (Dios) los unió. No importaron distancias. Importó la fidelidad. Los años fueron nada.
El día llegó… hubo rosas y risas, abrazos y besos, felicidad y flores. Promesas unidas, hasta el final. El amor fue, es y será paciente.
Un día la muerte llegó. Ella se fue, él quedó. Sin embargo, la esperanza no murió. Hubo despedida, más no separación. El amor todo lo sufre, todo lo espera. El amor nunca murió. Vive en su corazón.
El amor de Dios entre dos seres humanos, siempre será Amor.
Ella corre por las veredas, entre piedras y vertientes, el agua besa sus pies.
Él salta como ciervo y no teme a nada, es feliz con el cielo y la tierra, las montañas en su verdor.
Ella juega inocente con la aguja y teje, sonríe ante algún recuerdo juguetón.
Él sueña que algún día será grande y conocerá simplemente el amor.
Ella ya no juega, sino que va en busca del amor, su vida es un viaje.
Él solo dijo “volveré”, y su madre besó su rostro. Fue el último adiós.
Ella no dice nada a nadie, como el águila libre emprende su vuelo hacía un mundo nuevo.
Él ya no es un niño, es un hombre desde que tuvo cinco años.
Ella ya no es una niña, fue madre para sus hermanos desde que la suya murió.
Ambos, la misma vida, la misma cuna, el mismo sueño. Ella muy lejos de él.
Él es como el cóndor, dejó la tierra que le vio nacer. Sencillamente voló.
Ella fue sabia, supo elegir el trabajo, la sencillez, la devoción.
Él también escogió la devoción, Dios ha llenado su meta, su espíritu y ser.
Ella abnegada, pero valiente, siempre luchó hasta lograrlo.
Él, también abnegado, no olvidó sus orígenes, la humildad fue su hermana, y el ejemplo su testimonio.
Ella esperó en Alguien, supo confiar, porque aprendió a esperar.
Él soñaba y eso se hizo realidad. Le escribió.
Para ella una carta, fue todo. Recurrió a su Amigo, y obtuvo respuesta.
Ambos, la misma vida, la misma devoción, la misma meta. Ella en sus pensamientos, y él en su corazón.
El destino (Dios) los unió. No importaron distancias. Importó la fidelidad. Los años fueron nada.
El día llegó… hubo rosas y risas, abrazos y besos, felicidad y flores. Promesas unidas, hasta el final. El amor fue, es y será paciente.
Un día la muerte llegó. Ella se fue, él quedó. Sin embargo, la esperanza no murió. Hubo despedida, más no separación. El amor todo lo sufre, todo lo espera. El amor nunca murió. Vive en su corazón.
El amor de Dios entre dos seres humanos, siempre será Amor.
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